Regina llega todos los días a velar su padre. Llega sin incienso ni velas. Ya no tiene lagrimas ni pena, le queda solo rabia. El cuerpo de su padre yace entre medio de los restos de su casa. Tapado por una frazada. Han pasados 10 días desde el paso del tifón Yolanda por las islas Filipinas que ha dejado mas de tres mil muertos y el padre de Regina, como mucho está todavía sin sepultura. “Nadie ha venido ha sacarlo y nosotros no lo podemos tocar porque se rompería en pedazos”
El cuerpo de María Cassandra de 15 anos ha sido encontrado por los vecinos hace unos minutos. Han logrado enfilarlo en una saco. Aquí todavía no ha llegado el ejercito ni los rescatistas y los mismos sobrevivientes están sacando a los cuerpos equipados solamente de mascarillas. Llega la madre de Cassandra, que hasta el ultimo minuto esperaba un milagro. Grita y golpea el piso con los pies, alguien la aferra para que no se lastime. Todos miran el vacío mientras cae una lluvia delgada.
El Gobierno, junto con unos sacos de arroz y unas velas, ha repartido unas bolsas negras plásticas para sacar a los cadáveres, dejarlos en alguna esquina y esperar que algún transporte los retire. Pero esto de poco sirve, para tapar el olor a muerte que se respira por doquier. “Todavía no vienen a retirar el cuerpo de mi esposa” cuenta Romero de 24 años que también ha perdido a su hija de 8 y la cuál aún no encuentra. Está sentado arriba de unas ruinas Es lo que queda de la cocina de su casa ,unos metros mas abajo está el cuerpo de su mujer.
“Después de haber sobrevivido estamos arriesgando de morir de hambre.“ Cuenta Claro Francisco de 36 años, locutor de Radio. “La gente de las instituciones se ha escapado, ellos tienen mas miedo que nosotros. Los médicos, los policías y la gente encargada de mantener el orden público han ido a cuidar a sus familias y se han refugiado en Manila. Los que quedamos acá todavía es porque no tenemos plata suficiente para ir a ningún lado”
En el aeropuerto la situación es apocalíptica. Hay personas haciendo cola hace varios días para abordar algún vuelo. Lo único que logra hacer la gente de la Cruz Roja es repartir botellas de aguas para evitar desmayos bajo un sol sofocante.
“ Ya ni siento hambre”. “Mi nieta estaba aferrada de mi brazo y de repente cuando el mar entró, la perdí”. “La busqué y no la encontré jamás” Así habla Luis de 76 años. Está sentado arriba de una banca junto a su esposa y otra nieta que logró sobrevivir. Todos tienen una mirada perdida. Los veo lavando ropa y extendiéndola al sol. No hay electricidad y el agua potable escasea. A las 17, cuando oscurece, hay toque de queda. Una mujer ha sido violada y matada hace dos días. Con los primeros rayos de sol a las cinco AM, las calles devastadas se repletan de gente. Hay quien va explorando lo que queda de las casas en búsqueda de algo que pueda servir, está quien apoya el maíz en el piso para que se seque de poco a poco. Parece que la gente se acostumbra a vivir en la devastación. No les queda otra opción. La palabra “reconstrucción” no existe aquí. El daño ha sido demasiado grande. La frontera entre la vida y la muerte ha sido borrada. “Por la mañanas me despierto dando las gracias a Dios por estar viva; en la noches preferiría haber muerto” cuenta María de 22 años que ha perdido sus padres y una hermana. “Aquella mañana le dije que teníamos que irnos, alejarnos del mar”. “Me dijeron que me hubieran alcanzado y esta es la última imagen que tengo e mis padres”. “Esta camiseta es lo único que me queda”
El domingo hay misa. En la Iglesia del Niño han muerto 8 curas aplastados bajo el techo de una casita donde se habían escondido. Durante la misa empieza a llover y la gente sentada en las bancas abre sus paraguas. Las gotas de la lluvia se confunden con las lagrimas.
Lorenzo Moscia
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