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Armenia Nagorno

I am invited by the Armenian government to travel through their country, which recently opened a Rome-Yerevan air route. I also reach Nagorno-Karabakh. Spanish text available after photo gallery

VIAJE AL (DESGARRADO) CORAZÓN DE ARMENIA

2010

Texto: Marcelo Simonetti. Fotos y relato: Lorenzo Moscia.

Aprovechando la apertura de los vuelos Roma-Erevan, un fotógrafo italiano hizo una ruta bastante particular: atravesó Armenia llegando a la mítica y poca conocida República Independiente de Nagorno Karabaj. Pudo oler el todavía fresco perfume de la guerra, revivir un genocidio centenario y conocer la historia de un millonario armenio que quiere hacer de su patria la nación kitsch del Cáucaso. Este es su relato.

Armenia es un misterio. Uno de esos países que, cuando uno piensa en los destinos a los que quiere viajar en los próximos años, nunca calificará entre los diez primeros. Vuelo hasta allá por una invitación del gobierno de ese país del Cáucaso cuya historia reciente tiene el olor de la muerte demasiado fresco: hace casi un siglo, vivieron un genocidio a manos de los turcos; una década atrás, los armenios peleaban por la independencia de Nagorno Karabaj, la consiguieron a costa de sangre y demasiados cadáveres repartidos por la tierra.Cuando aterrizo en Erevan, la capital de este país de tres millones de habitantes, es como deambular por dos mundos: el moderno, que se ha llenado de edificios y paletas publicitarias; y el antiguo, que se ha quedado detenido en el tiempo, allá por los años 50. En una región musulmana, Armenia es una mancha cristiana desde hace más de mil 700 años. Y hay tantas iglesias como granados (el árbol típico del país). Es difícil que los armenios olviden su lazo con el cristianismo pues cada mañana al mirar por la ventana observan el monte Ararat (que se halla en territorio turco) y que es donde estarían los restos del Arca de Noé.

Una franja con torreones ocupados por soldados rusos divide Turquía de Armenia. No son vecinos bien avenidos y por eso la presencia rusa en la zona. El recuerdo del genocidio sufrido hace casi cien años por los armenios es tinta que todavía no se seca sobre el papel. Mientras la Primera Guerra Mundial llegaba a su fin, los armenios luchaban por independizarse del Imperio Otomano.

No fue gratis. En verdad, todo ha tenido un alto costo para ellos.El pasado asoma nada más caminas por las calles de Erevan. O bien, cuando entras a los mercados de las pulgas, como el de Vernisagge, en donde los ciudadanos venden las pertenencias y los artefactos que ya no les sirven. Venden reliquias de la revolución rusa, medallas de la Segunda Guerra Mundial, matriuskas, teléfonos de los tiempos del comunismo y hasta dientes y herramientas de ortodoncia.

Marí Vardanyan tiene 103 años y hay mañanas de domingo en que se va a dar una vuelta por Vernisagge. Nos recibe en su casa, sentada en posición de loto. “¿Ciento tres años? ¿Es verdad?”, le pregunto a la intérprete que nos guía y acto seguido Marí desempolva su pasaporte en donde se puede leer que ella nació el 15 de febrero de 1907. A ella le tocó vivir el genocidio a manos turcas, durante la segunda década del siglo XX.

-Los soldados turcos mataron a los hombres armenios. Los masacraron, pero no es que tuvieran piedad con el resto. Con las mujeres embarazadas practicaban un juego macabro. Hacían apuestas sobre el sexo de la criatura y le abrían el vientre con un corvo para saber quién había acertado –cuenta Marí.

Las cifras de los muertos en ese genocidio, que la autoridad turca siempre ha desconocido, fluctúan entre los 700 mil y el millón y medio de víctimas. Una vecina de Marí logró salvarse de milagro: “A los condenados a muerte los hacían pasearse desnudos antes de asestarle un machetazo. Yo tenía una vecina que se libró de esa condena. El machete no le dio de lleno. La tiraron en una fosa y ella quedó en la cima de una montaña de cadáveres. La tierra con la que la cubrieron no fue suficiente. Logró huir, sangrando y llena de tierra. Un turco le prestó ayuda, luego de preguntarle si era satanás o una mujer”.

Marí sobrevivió también de milagro. Pudo haber muerto de hambre en esos días, pero ella y su madre se alimentaban con las sobras de la comida que le dejaban los vecinos. Tuvieron suerte. Su madre se empeñó en que ella no perdiera sus raíces. La llevaba donde un sacerdote que le enseñó el alfabeto armenio. Cuando la milicia turca descubrió lo que hacía le enviaron al cura una taza con una cuerda y un mensaje. El mensaje decía: si no te vas te ahorcaremos y en esta taza nos beberemos tu sangre. El desoyó la amenaza y a las pocas semanas los turcos cumplieron lo prometido.

Pero esos recuerdos con olor a sangre y dolor están todavía más vivos en la República Independiente de Nagorno Karabaj. El 95 por ciento de la población es armenia. Consiguieron su independencia de Azerbaiyán luego de la disolución de la URSS y de una guerra que duró casi seis años. La proclamaron el 10 de enero de 1991, pero hasta el día de hoy la ONU no la ha reconocido.  Hay muy pocas familias en Nagorno Karabaj que no tengan entre los suyos un muerto en combate ni un pariente que no lleve en su cuerpo las huellas del conflicto. Si lograbas huir al bosque para librarte de las descargas azerbas, el frío y el hambre eran los que te mataban. Hasta el día de hoy es posible encontrar cadáveres de hombres y mujeres que entraron al bosque para no salir más.Shusha fue uno de los pueblos en donde se peleó con mayor intensidad. Hay un edificio de departamentos en la entrada del pueblo que sirvió como un verdadero bunker. Está lleno de balas y boquerones. También de sangre y del recuerdo de los que ahí cayeron luchando. En los primeros años disparaban con rifles de caza, para matar pájaros. Si caía ese bunker la ciudad quedaba a expensas de los azerbos. Siempre resistió, por eso hoy es casi un monumento nacional.

En Vank, una de las ciudades más grandes de Nagorno Karabaj, un muro como el de los lamentos recuerda la victoria en esa guerra. Cientos de patentes de vehículos azerbos adornan la pared. Los rescataron como trofeos de los enemigos que cayeron por acción de sus balas. Si los armenios ganaron esa guerra fue, en buena medida, por el apoyo de Levon Hayrapetyan, un millonario armenio con residencia en Rusia que apoyó económicamente y con armas a la resistencia de su país.Levon hoy es un personaje mítico en Nagorno Karabaj. Una leyenda que ha sido fundamental en la reconstrucción del país. En noviembre del año pasado 675 novias caminaban del brazo de 675 novios en la iglesia de Ghazanchetsots. Es la mayor boda colectiva que se ha celebrado en Nagorno Karabaj. Su promotor es el propio Levon que ha impulsado estos ritos masivos comouna forma de repoblar este país de 140 mil habitantes.

No se ha quedado ahí. Dispuesto a apoyar las políticas del gobierno de fomento a la natalidad, Levon suma al bono de mil dólares que entrega el gobierno un regalo de 2 mil 500 dólares a la pareja que contrae nupcias. Por el primer hijo, obsequia al matrimonio 2 mil dólares; por el segundo, 3 mil; por el tercero, 5 mil; el cuarto llega con un cheque por 10 mil; el quinto, 20 mil; 50 mil por el sexto; y el séptimo, se traduce para los esposos en un regalo de 100 mil dólares.

No es lo único que ha hecho. En diferentes ciudades de Nagorno Karabaj ha mandado a construir iglesias, estadios de fútbol, edificios, plazas, escuelas, todo con un particular sentido del kitsch que rompe con la tradición arquitectónica Armenia. Su rúbrica la dejó clara en la capital, Stepanakert, en donde mandó a construir una calle que adornó con 600 lámparas que son cuerpos de mujeres, vestidas con minifaldas; o en el mismo Vank, donde edificó un hotel cuya fachada es la proa del Titanic.Sabemos que está en Vank. Que ha llegado desde Rusia con su corte de doce guardaespaldas. Pero nadie sabe dónde podemos encontrarlo, dónde se queda. Lo más cerca que estamos de él es cuando por el cuelo cruza un helicóptero y uno de los habitantes nos indica que ahí va  Levon Hayrapetyan.Pero ya es demasiado tarde. Vivimos nuestros últimos minutos en la República Independiente de Nagorno Karabaj. Nos subimos a una camioneta que nos llevará de vuelta a Erevan, la capital de Armenia. Quien sabe si en unos años más, los faroles de Hayrapetyan reinventarán esta patria que tiene el corazón desgarrado para proclamarla el territorio más kitsch del Cáucaso.